miércoles, 22 de agosto de 2012

los sombreros tiroleses y la misa del domingo

Mi hermana Mariola, que además de tener gérmenes masculinos es una copiota, acaba de comenzar a escribir su blog. Se llama las cosas de mariposa. Aún no lo he visto, pero lo recomiendo porque ella es" total".

Mañana haré una crítica de su incipiente blog en el que nos va a dar consejos de bricolaje y va a escribir recetas y mejoras de recetas: añadidos, condimentos extra, toques,etc...

A ver si por fin nos desvela el secreto de sus macarrones con chorizo! En este tema de los macarrones es que se cree Arzak !!

También hace bien el gazpacho con un truquillo que va a escribir en su blog...No sé por qué esto se puede desvelar y lo del chorizo y los macarrones no, pero así es. Son manías de Mariola.

Yo voy a seguir con mi barrio , con el barrio de mi infancia que es el que de verdad cuenta, el que queda siempre en la memoria, el que define después tu forma de ver el mundo, de relacionarte con él . Tu vida queda impregnada con sus olores, con sus colores, con sus horarios, con sus costumbres, con sus relaciones.
Forma parte de tu esencia misma y sus recuerdos nunca se olvidan . Quedan ligados para siempre a ti.
Como tu familia.

En la calle paralela a la mía había una tienda de leche y una de pan.
En la tienda de leche despachaba Adrián, llamado por todos nosotros el Adrianote. Adrianote traía la leche a casa en una especie de bicicleta/triciclo y en botellas de cristal que luego se devolvían . También los yogures. Su tienda olía a vaca y estaba siempre muy blanca y muy fría, supongo que para mantener los productos lacteos y para que no se estropearan, dado que por entonces las neveras y los sistemas de refrigeración no eran como los de ahora. Su mujer, Anita, despachaba también leche y yogures, yogures y leche, leche y yogures con su bata blanca, blaquísima.

Al lado del Adrianote estaba la panadería de la Leo. A la Leo le comprábamos el pan y en ocasiones cocacolas, patatas fritas en bolsa y algún bollo de gran tamaño y normalmente muy ordinario, que según decía mi madre se llamaban bollos de panadería y que no son los mismos que los bollos de repostería. La Leo tenía una costumbre que tenían entonces muchos panaderos a la hora de cobrar. Tú le dabas, por ejemplo, una moneda de 25 pesetas para un bollo de 3 pesetas y ella cogía la moneda de 25, la metía en el cajón y sacaba un montón de monedas al buen tun-tún que extendía por el mostrador e iba seleccionando hasta encontrar el cambio exacto que te devolvía, mientras arrastraba el resto de las monedas empujándolas con el lateral de la mano de nuevo a su cajón. Leo era antipática, hombruna y fea pero cumplía muy bien con las necesidades paneras de aquel  barrio.

Para comprar los bollos de repostería nos teníamos que desplazar hasta una calle cercana y más importante que la nuestra. Allí estaba la repostería del barrio y allí comprábamos los domingos los pasteles para el  postre y los roscones de Reyes. En enero, febrero y casi todo marzo todos los bollos de aquella repostería sabían a roscón y olían a azahar  porque se hacían con  las sobras de la masa de los roscones navideños. Era igual el bollo que pidieras. Todos tenían el mismo sabor, de manera que comprábamos el más barato hasta que terminaban con aquella masa que me hizo aborrecer durante años ese dulce tipico de esa fiestas.

También vendían unas maravillosas y enormes berlinesas que mis hermanos y todos los chicos de mi barrio llamaban comunmente "las bolas de Don Pablo" (así se llamaba el dueño).
Entraban en la tienda , tras salir del colegio cercano y gritaban ; " Buenos tardes Don Pablo, tiene Usted bolas??? Lo que mosqueaba bastante al dueño y hacía reir disimuladamente a los clientes y salían gritando: !Desde luego, qué buenas están y qué grandes  son las bolas de Don Pablo! Y así día tras día.
A mi padre, que era tan estricto con nosotros, debía resultarle gracioso el tema de las bolas /berlinesas de Don Pablo porque nunca le oí decir a mis hermanos nada en contra de esa costumbre.
Don Pablo nos odiaba. Su hijo Pablito, también.

Los domingos íbamos a misa a la Iglesia de nuestra calle. Todos juntos. Era obligatorio. Al salir, mi padre nos compraba un tebeo a cada uno. Todavía hoy me acuerdo de  las hermanas Gilda, la familia Trapisonda, la Rue del Percebe, Carpanta, Rompetechos, la abuelita Paz,...
El problema que teníamos los domingos era el de los gorritos: mi padre viajaba frecuentemente por motivos de trabajo a Austria y nos traía unos gorritos tiroleses con pluma en el lateral e insignias bávaras  que nos obligaba a poner sobre nuestras cabezas para ir a aquellas misas dominicales (le debía parecer muy elegante y distinguido ver a todos sus hijos igual que a Sisí Emperatriz ..) y nosotros nos avergonzábamos de tal manera de aquel objeto ridículo y fuera de lugar  que incluso llegábamos a "hacernos los enfermos" para no pasar por el espantoso trago de que nuestros vecinos y sus hijos nos vieran con esas pintas.
Uno de mis hemanos había descubierto que ingiriendo tiza te subía la fiebre y eso hacíamos: comíamos tiza y así no salíamos a la calle con aquellos gorritos que poco a poco se nos fueron quedando pequeños .
Mis hermanos padecían ademas los "lederhosen", es decir los pantalones de cuero con peto que también traía mi padre de sus viajes.  Tremenda cruz para unos niños españoles de los años 60 .

Los domingos que" estábamos enfermos" también nos quedábamos sin tebeos, claro y eso era la peor.

Mi madre , creo yo, siempre estuvo de nuestra parte y por eso insistía a mi padre que con esa fiebre no podíamos ni pensar en asistir al deber religioso dominical.
Mi madre odiaba también Austria, el Tirol y sus sombreros. Y creo que también a mi padre.
             







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