martes, 13 de agosto de 2013

La vaca

Estoy de nuevo en mi casa asturiana a la que le falta una vaca en el jardín. Sólo eso. Tengo en la chimenea de mi casita asturiana- chimenea que nunca utilizo, pero que mi marido no quiere derribar por aquello del día que nos quedemos sin petróleo en el mundo y no haya con qué calentarse (él es muy, pero que muy previsor)- todo tipo de aves de corral ; una gallina, un pato, un patito, una oca, unos pajaritos... hechos de barro y comprados en muchos lugares diferentes. Pero me falta una vaca. Como mi jardín es alargado , cuando me siento a escribir o a leer o a hacer cualquier tipo de actividad relacionada por ejemplo con mi Ipad -estoy descubriendo poco a poco y con un gran esfuerzo sus grandes posibilidades- pienso en lo bonito que sería ver cada día entre el sauce llorón y los dos árboles frutales un precioso rumiante pastando. No me importaría nada que no se moviera y que siempre tuviera el mismo tamaño porque yo me conformaría con una de las vacas que vendían año tras año en la Feria, vacas "de pega", de quita y pon, pero del tamaño y apariencia de una real. Durante años, cada verano, íbamos mis hijas y yo a ver a aquellas vacas y a preguntar su precio. Eran caras pero no imposibles para nuestra economía y nos imaginábamos el cambio que daría el jardín y nuestra vida veraniega si la compráramos y la instaláramos . El precio de la vaca de la Feria incluía el transporte y montaje en la ubicación deseada. Algo así como IKEA, pero sin catálogo de invierno y de verano, sin necesidad de buscar soluciones para las necesidades de las familias con hijos que dispongan de poco espacio y además más cómodo y barato porque no tenías que localizar la vaca en ningún pasillo, cargarla en un carro y pasar por caja. Y además, con esa vaca, podías perfectamente seguir siendo bienvenido a la República independiente de tu casa. Pero toda nuestra ilusión se venía abajo cada verano porque cuando al llegar a casa se lo planteábamos a mi marido, él-muy serio e inaccesible- exigía como condición para comprar e instalar la vaca que mi hija Margarida sacara en el próximo curso un mínimo de 6 sobresalientes. Sólo así daría su visto bueno a tal despropósito que, según él, convertiría nuestro bello jardín en un absurdo pasto ficticio que le recordaría cada día que sus padres habían nacido en una aldea asturiana y que él se había librado de tal estigma por los pelos. Pedir que Margarida sacara 6 sobresalientes en el curso siguiente era algo así como pedir a cambio de la vaca que yo corriera los 100 metros vallas en 5 segundos. Algo realmente imposible e inviable. A pesar de ello, Margarida le retaba cada verano: "Pues, vas a ver como los saco ....Por la pobre mamá me esforzaré, lucharé, estudiaré y lo conseguiré...ya lo verás.Te crees que no soy capaz??? Te lo crees ??? Anda ya!! Ya verás qué planchazo te vas a pegar!!! Mamá: vete pensando qué vaca prefieres...La tendrás. Como me llamo Margarida que la tendrás! Confía en mí!!!". En fin, asi un verano tras otro. Se hizo tan famosa aquella lucha que cada vez que alguien venía a visiarnos preguntaba:Para cuándo la vaca???? y todos contestábamos : ...para cuando Margarida consiga los 6 sobresalientes. Hoy ya no venden las vacas en la Feria. La crisis acabó con su venta. Eran demasiado caras. Un lujo un poco "subrealista "y frívolo para estos nuevos tiempos llenos de reciclaje y trueque. Mi hija Margarida nunca sacó 6 sobresalientes, aunque tampoco pasó nada. Se convirtió poco a poco en la chica maravillosa, decidida y valiente que es hoy , para lo que no necesitó tanto "galardón y reconocimiento". Pasó sus cursos, siguió retando s su padre cada verano sin creerselo ni ella misma ni ninguno de nosotros y yo nunca conseguí aquella preciosa vaca que cada año, en aquella Feria, me miraba con ojos de ternura ...